Historia

TRES INTERVENCIONES ARAGONESAS PRO-BIZANCIO

(Artículo prometido a Christiano, de Iraklion, Creta, Grecia, el 23 de octubre de 2010; aclaraciones sobre Malta prometidas a Julia en diciembre de 2017)
Versión miércoles 20 de diciembre de 2017

PRIMERA INTERVENCIÓN ARAGONESA: LAS VÍSPERAS SICILIANAS (1282)

En 1261, Miguel VIII Paleólogo (Παλαιολογος) entró en Constantinopla, acabando así con el Imperio Latino cuya dominación había comenzado en 1204 perpetrando el mayor saqueo de obras de arte y de reliquias que conoce la Historia.

Miguel VIII Paleólogo, coronado emperador solemnemente por el patriarca en Santa Sofía, se propuso desde luego la comunión con Roma. A pesar de la apasionada resistencia del clero bizantino, consiguió obligar a una parte de la jerarquía eclesiástica a aceptarla. El solemne acto de unión tuvo lugar el 6 de julio de 1274 en el XIV Concilio Ecuménico, II de Lyon, bajo el pontificado de Gregorio X (1271-1276): el gran logotheta (μεγας λογοθετης), Jorge Akropolites, reconoció bajo juramento, en nombre del emperador, la primacía del papa, así como también la fe romana.

Mientras tanto, muchos sicilianos, huyendo de la opresión angevina sobre Sicilia, encontraron refugio en los dominios de Pedro III el Grande, rey de Aragón. El conde Guido de Montefeltro, el marqués de Monferrato, y Conrado de Antioquía, nieto del emperador Federico II, estaban entre los italianos que instaban al rey de Aragón a intervenir en Sicilia. El más activo y eficaz refugiado siciliano fue Juan de Proxita, a quien Pedro III hizo señor hereditario de Luxen (hoy Luchente), Benizano (hoy Benisanó) y Palma (en Alfauir, comarca de la Safor, Valencia), en el reino de Valencia (1277). Fue Juan de Proxita quien concordó al papa Nicolás III con el emperador Miguel VIII Paleólogo. Viajando dos veces en secreto a Constantinopla, consiguió que el emperador enviase en 1280 treinta mil onzas de oro al rey de Aragón para financiar el esfuerzo bélico contra Carlos de Anjou. El incansable Proxita se trasladó a Sicilia, donde se confederó secretamente con Alaimo de Lentin, Palmerio Abbad y Galterio de Calatagirón, todos tres personajes destacados en la isla.

Murió en esto Nicolás III (1281), y fue elegido papa el francés Martín IV, que apoyó incondicionalmente a Carlos de Anjou, aspirando ambos a reimplantar en Bizancio el Imperio Latino. Sobre el aún frágil Imperio griego, recién reconstruido, se cernía así una amenaza mortal, conjurada por la política de gran estadista del capaz Paleólogo, que consiguió un viraje radical. En las terribles Vísperas Sicilianas (30 de marzo de 1282) [1], los franceses de Sicilia fueron pasados a cuchillo indiscriminadamente. Se ha llegado a decir que M.A.F.I.A. no son sino las iniciales de Morte Ai Francesi Italia Anhela. Dios sabe mejor todo esto. En cualquier caso, tras la matanza ya no había vuelta atrás, y el mundo contenía el aliento preguntándose cómo podrían los sicilianos defenderse de la previsible réplica del de Anjou. La respuesta llegó el 30 de agosto siguiente, cuando los 150 barcos del rey de Aragón Pedro III el Grande llegaron a Trápani con un poderoso cuerpo expedicionario de 15.000 almogávares (1). Esta fuerza había acudido ante las angustiosas peticiones de auxilio de los sicilianos, cuyos enviados, vestidos de negro como suplicantes, en barcas con velas negras y estandartes negros, se había presentado ante Pedro III, implorando la intervención aragonesa. Inmediatamente, en Palermo, los sicilianos juraron solemnísimamente por su rey y señor a Pedro III, que desde entonces se tituló rey de Aragón y de Sicilia. Sus embajadores intimaron in continenti a Carlos de Anjou a abandonar la isla, lo que hizo con gran pérdida de su reputación (finales de septiembre de 1282). Pedro III atravesó toda Sicilia de oeste a este, y pasó a la ofensiva desembarcando en Calabria con quince galeras y 5.000 almogávares. El 6 de noviembre de 1282 se apoderó de la Gatuna, frente a Mesina, estableciendo así una sólida cabeza de puente en la Península Itálica. El 14 de febrero siguiente, el rey de Aragón entró en Rijoles (actual Reggio) abandonado por el de Anjou. El 13 de marzo, sus tropas tomaron y saquearon Seminara.

Roger de Lauria, designado Almirante de Aragón

Dejando guarniciones en Calabria, el rey de Aragón se volvió a Mesina, donde mandó llamar al noble don Roger de Lauria, hízole arrodillar ante sí y le dio la vara del almirantazgo. Después, cruzando de nuevo Sicilia, esta vez de este a oeste, se embarcó en Trápani el 11 de mayo, dirigiéndose a Burdeos a su desafío contra Carlos de Anjou. Tras hacer escala en Cáller (Cerdeña), desembarcó en Cullera, cerca de Valencia, el 17 de mayo. Atravesó sus reinos de Valencia y Aragón y, por Tarazona y guiado por el aragonés Domingo de Lafiguera, cruzó los Pirineos y toda la Gascuña para presentarse ante el senescal en Burdeos del rey Eduardo I de Inglaterra. Allí se personó el valeroso rey el 1º de junio, fecha fijada para el desafío. El de Anjou no compareció.

Conquista de Malta y Gozo por los aragoneses (1283)

Zarpó el almirante de Mesina con 21 galeras y por Capu Passer y Ras Alacran llegó a la Fuente del Xicle cerca de Siracusa, donde hizo aguada. Zarparon de nuevo las galeras, y antes de la hora de maitines llegaron al puerto de Malta. Pero el almirante, en vez de atacar por sorpresa a la desprevenida flota de Provenza que había enviado allí el rey Carlos, mandó tocar las trompetas y las nácaras para que despertaran. Salieron, pues, las galeras provenzales y se entabló fiera batalla, que duró hasta la hora de vísperas. A esas alturas del combate, ya habían muerto tres mil quinientos provenzales. Entonces, los nuestros gritaron «¡Aragón!¡Aragón!¡Via sus!¡Via sus!» (¡Camino arriba!¡Camino arriba!), subieron a las galeras enemigas, y aniquilaron a cuantos encontraron sobre cubierta.
De esta manera venció Roger de Lauria su primera batalla naval como almirante de Aragón, con muerte del almirante enemigo, el marsellés Guillermo Cornut, y la captura de sus 22 galeras y de uno de los leños, pues el otro escapó para llevar la noticia del desastre a Nápoles y a Marsella.
Tras dar refresco a su gente durante dos días, el almirante se dirigió a la ciudad de Malta (Mdina), cuyos prohombres ofrecieron poner la ciudad bajo la guardia y protección del rey de Aragón, y así lo aceptó el almirante, tomándoles juramento de fidelidad y homenaje a ellos y a toda la isla. Los prohombres dieron mil onzas de oro en joyas al almirante, así como refresco y vituallas para las galeras, y éste dejó doscientos hombres de guarnición frente al castillo, que permaneció asediado. Y así quedó el almirante satisfecho de ellos, y ellos de él.
Después se fue a la isla del Gozo y combatió la ciudadela, apoderándose de los arrabales (hoy Rabat). Atacó a continuación la ciudadela, que se rindió al señor rey de Aragón en manos del almirante. Y entró en ella y recibió el juramento de fidelidad y homenaje de sus gentes, y les dejó de guarnición cien hombres. Quinientas onzas de oro en joyas le dieron los prohombres, así como refresco y vituallas para las galeras. Y quedó el almirante satisfecho de ellos, y ellos de él.
Y el almirante regresó a Sicilia, desembarcando en Siracusa, donde hubo grandes fiestas.[2]
Ordenó entonces a su cuñado Conrado Lanza que pasase a Malta con cien caballeros y mil almogávares para rendir el castillo, y así lo hizo.
Zurita sitúa en [3] primeramente la toma de Gozo y después la batalla naval, fijándola el 8 jun 1283, seguida de la rendición de la ciudad o Mdina de Malta. Precisa que pelearon entre sí ambos almirantes, y que Lauria resultó herido y Cornut muerto al ser atravesado por el pecho con una azcona montera. Reduce a diez el número de galeras apresadas.
De uno u otro modo, en 1283 se incorporaron Malta y Gozo a la Corona de Aragón, hasta que el Emperador Carlos V, en su condición de rey de Sicilia, las infeudó a los caballeros sanjuanistas, junto con la ciudad de Trípoli (1530). Cabe resaltar algunas condiciones que impuso el Emperador: que él y sus sucesores en el Reino de Sicilia deberían recibir como tributo un halcón; y que si los Caballeros se trasladaban a otro lugar, el pleno dominio debería revertir al Rey de Sicilia.

El interdicto

Pero el reino de Sicilia era feudo de la Santa Sede, que lo había concedido al de Anjou. La reacción del papa Martín IV al sentirse burlado, fue demoledora. Excomulgó al rey de Aragón Pedro III el Grande, fulminando además contra él el terrible interdicto: sus vasallos quedaban así eximidos del juramento feudal de fidelidad, y todos sus reinos - y no solamente Sicilia - eran ofrecidos al primer ocupante. No contento con esto, el papa condenó como hereje a Miguel VIII y, por sentencia fechada en Orbieto el 21 de marzo de 1283, excomulgó también a Andrónico II, que había sido co-regente de su padre Miguel VIII, y emperador único desde el fallecimiento de éste en 1282. Así, la efímera comunión entre griegos y latinos naufragaba absolutamente, pues la propia Roma abjuraba de ella.

Encontramos en la Divina Comedia un eco del impacto de estas drásticas medidas, pues en ella se zahiere a Martín IV, mientras que del rey de Aragón el eximio Alighieri escribe (Purg, VII, 112 y ss.):

«Quel che par sì membruto e chi s'accorda ... d'ogni valor portó cinta la corda»

Martín IV no cejó hasta conseguir la invasión de Cataluña por un numeroso y bien pertrechado ejército francés (primavera de 1285). La invasión, sin embargo, acabó en un horrendo desastre para los invasores, con muerte de miles de caballos y soldados, y del propio rey de Francia Felipe III el Atrevido, éste en oscuras circunstancias.

En cualquier caso, desde las Vísperas Sicilianas, la liberación aragonesa de Sicilia inhabilitaba a la isla como trampolín contra el Imperio griego; además, tras la terrible catástrofe en que acabó la invasión francesa de Cataluña, Carlos de Anjou, aplastado por la desastrosa realidad, renunció al Imperio y a Sicilia. El «emperador» latino no fue ya tomado en serio por nadie, Venecia inició una aproximación al emperador bizantino y al rey de Aragón, y la espada de Damocles que desde hacía veinte años pendía sobre el Imperio Bizantino se esfumó para siempre.

El papa Martín IV, profundamente afectado por el desastre, falleció ese mismo año de 1285 (el 28 de marzo). También murieron en este ominoso año el rey de Francia Felipe III (como arriba indicábamos), el rey de Aragón Pedro III (enfermó a finales de octubre y, a pesar de los cuidados del famoso médico Arnaldo de Villanova, así apellidado por haber nacido en Villa Nova de Sancto Martino, hoy Villanueva de Jiloca, cerca de Daroca (Aragón) [4], que fue llamado a la cabecera del paciente, falleció el 11 de noviembre), y el primero de todos, el propio Carlos de Anjou (el 7 de enero).

Hacía tres años (11 dic 1282) que el emperador Miguel VIII Paleólogo les había precedido en su camino a la sepultura, si bien con la satisfacción de ver coronada la obra de su vida: la restauración del Imperio Bizantino. «Si me atreviera a afirmar - dejó escrito en su autobiografía - que fue Dios quien dispuso su libertad (la de los sicilianos) actual, y que esto lo hizo a través de mis manos, diría la verdad».

Siglos después, el genial Giuseppe Verdi compondría la ópera I Vespri Siciliani, ambientada en estos acontecimientos.

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SEGUNDA INTERVENCIÓN ARAGONESA (1303-1305): LOS ALMOGÁVARES (1)

Origen de la presencia turca en Anatolia

Los turcos y los turcomanos nomadeaban desde la más remota antigüedad por los inmensos espacios del Asia Central. Fueron desplazándose más y más hacia el sur, y en la zona entre el Oxus (Sir Daria) y el Yaxartes (Amu Daria) fundaron principados. Después, ya islamizados, se infiltraron en el califato de Bagdad, donde el 26º Califa al-Qā'im (1031-1075), reservándose el poder espiritual, entregó el poder temporal al sultán selyúcida Tugril Beg, quien se convirtió hasta su muerte (1063) en protector del Califato. Le sucedió como sultán de los turcos selyúcidas su sobrino Alp Arslan quien, atravesando las montañas de Armenia, profundizó en la Anatolia con sus incursiones, llegando a saquear Cesarea. Hacia 1068 estaba desestabilizada toda la región.
Decidido a acabar con aquella amenaza, el Emperador bizantino Romano IV Diógenes (1068-1071) avanzó con un poderoso pero heterogéneo ejército hasta Teodosiópolis (actual Erzurum), a más de mil kilómetros de Constantinopla. Atacó cuando Alp Arslan y sus sunnitas sitiaban Alepo, en poder del rival Califa chiita de los fatimíes al-Mustansir (1036-1094). El Emperador envió a medio ejército, comandado por el franco Roussel de Bailleul y por José Tarchaniotes a cubrir la zona al oeste del lago Van, mientras él mismo sitiaba Manciquerta (actual Malazgirt). Esta fortaleza, situada entre Teodosiópolis al norte y el lago Van al sur, se rindió en seguida. Pero pronto llegó el caudillo selyúcida Alp Arslan con sus jinetes flecheros. Con hábiles tornafugas fue fatigando y debilitando a la pesada caballería catafracta (acorazada) bizantina. Roussel y Tarchaniotes huyeron hacia el oeste, mientras la retaguardia bizantina, comandada por Andrónico Ducas, abandonaba también el campo de batalla, huyendo hacia el norte. El hábil Alp Arslan envolvió entonces y derrotó de forma aplastante a los bizantinos restantes, capturando al propio Emperador (19 de agosto de 1071), que sin embargo luchó como un león hasta el final. Romano IV permaneció apenas una semana en poder del sultán Alp Arslan, que le trató con la máxima consideración, invitándole a su mesa mientras duraron las negociaciones. A cambio de su libertad, el Emperador acordó con sus adversarios selyúcidas concesiones lógicas, incluso moderadas, dadas las circunstancias.
Mientras tanto, los verdaderos enemigos de Romano IV, que acechaban en la ciudad del Cuerno de Oro, hicieron Emperador a su hijastro, el joven Miguel VII Ducas, cuyos partidarios avanzaron hacia el este, derrotando y cercando a Romano IV en Adana. Romano aceptó entregarse, vestido de calogero (monje), pero entonces fue traidoramente encadenado, conducido a Constantinopla, cegado con hierro candente, y recluido en un convento. Allí murió poco después al infectarse sus heridas (Muchos más detalles en "La batalla de Manciquerta", en mi blog salduie.blogspot.com).
El nuevo gobierno de Miguel VII decidió no reconocer el acuerdo de paz con los selyúcidas. Alp Arslan murió en 1072, y sus sucesores, considerándose burlados, permitieron que selyúcidas y turcomanos se derramaran por la Anatolia central, donde toda autoridad bizantina se había derrumbado. En nueve años, sin ningún ejército enfrente, ocuparon fácilmente toda la tierra, y ya desde 1080 constituyeron el sultanato llamado de Rum, centrado en la ciudad de Iconia (hoy Konia).

Situación de los turcos selyúcidas hacia el año 1300

Dos siglos después continuaba este estado de cosas, con una partición del territorio que, grosso modo, reservaba a los bizantinos las regiones costeras del Mar Negro, del Mar Egeo y del Mar Mediterráneo, y a los turcos el interior, sin salida al mar. Este era el sultanato de Rum. Pero el statu quo se había roto a partir del momento en que los mongoles de Hulagu tomaron Bagdad (1258) y acabaron con el califato abbasí, dando muerte al último califa al-Musta'asim. Turcos selyúcidas de diferentes grupos se expandieron más hacia el oeste, hacia las zonas griegas próximas a la costa, saqueando, matando y secuestrando, ante la inexistencia de un ejército eficaz que se les opusiera.
Hasta tal punto consideraron los turcos selyúcidas conquistable lo que quedaba de Anatolia que, por sorteo entre cinco diferentes hordas, se la repartieron del siguiente modo:
-A los hijos de Amurat o Murad les tocó la Paflagonia, y demás tierras próximas al Ponto Euxino o Mar Negro.
-A Otman tocó Bitinia, con Nicomedia (hoy Izmit), primera capital de Constantino.
-A Karaman cupo en suerte la Frigia del norte.
-A Karkano, la Frigia del sur, hasta Esmirna.
-A Kalami y a su hijo Karasi, la Lidia hasta la Misia.

Situación del Imperio hacia el año 1300

La política internacional de Miguel VIII Paleólogo, que se había caracterizado por la audacia y la grandiosidad de sus planes, devolvió a Bizancio el rango de gran potencia. Piedra angular de la misma había sido la unión espiritual con Roma (1274) que, como hemos visto, fue efímera. El Imperio estaba todavía convaleciente al morir Miguel VIII en 1282. Le sucedió su hijo Andrónico II (1282-1328), asociado al trono ya en vida de su padre. Una de sus primeras medidas fue romper la unión espiritual con Roma: desaparecido el peligro angevino, Constantinopla volvió al cisma.
En lo socio-económico, la reconstitución del imperio bizantino significó la victoria de la gran aristocracia. Los grandes propietarios laicos y eclesiásticos fueron redondeando sus propiedades y conquistando privilegios fiscales cada vez más amplios. Pero - y esto fue mucho más grave -, lo agobiante de la implacable presión fiscal del Imperio hacía que muchos cristianos prefirieran sobrevivir bajo dominio selyúcida a ser aplastados fiscalmente, sin ser defendidos militarmente, por Bizancio. En efecto: el Corán limita los impuestos, mientras el fisco bizantino nunca se saciaba, y eso para mantener una corte tan fastuosa como ineficaz. En lo militar, abandonado el sistema de themas, imposible de reimplantar ante la pérdida de casi toda la Anatolia a favor de los turcos, la única base posible del ejército fueron los mercenarios, y el dinero para pagarles se obtuvo de Génova (desacreditada Venecia tras su nefasta intervención en la creación del Imperio Latino de Constantinopla) en forma de anticipos a cambio de exorbitantes concesiones comerciales, concretadas en el tratado de Ninfea.

Los almogávares, contratados por el Imperio

Para hacer frente a lo agresivo de las incursiones turcas, Andrónico II, falto de tropas propias, contrató mercenarios masagetas (llamados alanos), procedentes de las tierras al sur del Danubio. Pero éstos fracasaron rotundamente frente a los turcos. Tras los desastrosos antecedentes y tras la ruptura con Roma, quedaba descartado pedir otra Cruzada ¿Qué hacer? El Emperador vio el cielo abierto cuando recibió la oferta de entrar a su servicio, como tropas mercenarias, de las compañías que habían luchado en Sicilia y en Calabria contra los angevinos apoyados por el papa, pero que ya no eran necesarias al pacificarse la isla tras la paz de Calata-bellota. Su caudillo, Roger de Flor, como freire del Temple rebotado, aunque non grato a Roma, o quizá por ello, infundía confianza en Bizancio. Huérfano de un halconero alemán apellidado Blöm, había frecuentado Oriente, donde era estimado, y hablaba excelente griego. Además, sus mejores tropas procedían de Aragón, cuya eficacísima intervención en Sicilia había sido urdida y financiada por Miguel VIII Paleólogo. Parecía la solución perfecta.

A bordo de 16 galeras y otros tantos cargueros, proporcionados por el rey de Sicilia, que así se libraba de tan incómodos huéspedes, seis mil quinientos almogávares llegaron a Constantinopla en enero de 1303, al mando de Roger de Flor. Roger fue creado megaduque, casando con María, sobrina del Emperador. El aragonés Fernando de Ahones fue nombrado almirante. Más adelante (primavera de 1304) se les unirían otros mil doscientos hombres con Berenguer de Rocafort, y otros mil trescientos más (otoño de 1304) con el noble aragonés don Berenguer de Entenza.


La campaña de 1303

La mayor parte de 1303 se pasó en bodas, ajustes y preparativos. El emperador autorizó a los almogávares a combatir bajo sus propias banderas, que eran el señal cuatribarrado de Aragón y el gonfalón del reino de Sicilia.

Escudo del Reino de Aragón                      Escudo del Reino de Sicilia


Pronto hubo una pelea entre almogávares y genoveses, que estuvo a punto de generalizarse. El Emperador, a pesar de lo avanzado de la estación, persuadió al megaduque a pasar a Asia con sus almogávares, acompañado de Marulli y sus tropas bizantinas, y de George y sus mercenarios alanos. Desembarcaron en la pequeña península de Artakio, en la orilla oriental del mar de Mármara, donde antaño se ubicó Cízico. La península estaba defendida del continente mediante una somera muralla o reparo. Apenas llegados, salieron a medianoche y, por la mañana temprano asaltaron por sorpresa el campamento turco karamano, ubicado a apenas siete kilómetros de allí, donde pernoctaban los guerreros con sus familias. El enemigo sufrió espantosa matanza en este primer encuentro, quedando en el campo tres mil caballos y diez mil infantes; los demás huyeron. El megaduque había mandado exterminar a todo varón mayor de diez años, y así se hizo. Las mujeres y los niños fueron esclavizados.

El entusiasmo fue enorme en la ciudad de Constantino, y como reguero de pólvora corrió la voz de que «las hordas de Sesa y de Tin habían sido desbaratadas por los francos.»

Entrada de Roger de Flor en Constantinopla
"Entrada de Roger de Flor en Constantinopla", óleo sobre lienzo, obra (1888) del pintor José Moreno Carbonero (*Málaga, 1858-Madrid, 1945). Decora -junto con otros lienzos- la Sala de los Pasos Perdidos, en el Senado de España, en Madrid.
Reflejaría la entrada triunfal en Constantinopla tras su primera victoria en Artakio.
(Ver Nota 4).


Llegado noviembre, con las nieves, retiróse el ejército para pasar el invierno 1303-1304 en el cabo de Artakio.

La primera campaña de 1304

El Emperador, lleno de confianza en la capacidad de su flamante ejército almogávar, le fijó como objetivo para 1304 el levantamiento del cerco que los turcos de Karaman tenían puesto a la ciudad de Filadelfia (actual Alașehir). Filadelfia, a orillas del Pactolo, es una de las Siete Iglesias de Asia enumeradas en el Apocalipsis.

A primeros de abril hubo una refriega muy grave entre almogávares y alanos, en la que más de trescientos alanos resultaron muertos, entre ellos el hijo de George, su jefe. De los demás, pocos quisieron seguir a Roger, quedando solamente unos mil.

Por fin, a primeros de mayo de 1304, el megaduque, con Marulli y los bizantinos, se puso en camino. Las tropas se dirigieron hacia Anchirao, de donde pasaron a Germe, sitiada por los turcos, que se retiraron a la vista de lo que se les venía encima. Se dirigieron a continuación a otra población, cuyo nombre se desconoce, pero en la que los almogávares estuvieron a punto de ahorcar a un personaje principal, si no lo impidiera Marulli. El ejército pasó a Geliana, y aunque recibió llamadas de socorro de diversas otras ciudades, el megaduque Roger prefirió ir directamente a Filadelfia, objetivo principal señalado por el Emperador.


La batalla de Filadelfia

A dos millas de la ciudad se reconocieron ambas fuerzas, y los turcos se dispusieron a hacer frente al enemigo. Aunque ellos alinearon ocho mil caballos y doce mil infantes, fueron casi exterminados en una gran batalla, de la que solamente escaparon con vida mil quinientos turcos.

Los ciudadanos de Filadelfia, encabezados por su obispo Teolepto, salieron a dar la bienvenida a su libertador. El megaduque Roger de Flor permaneció quince días en la ciudad. A continuación liberó a Culla (actual Kula), al nordeste de Filadelfia. Luego pasó a Niza (Nisa de Licia, no confundir con Nisa de Capadocia, patria de San Gregorio Niseno) y, de allí, a Magnesia, ciudad amurallada situada a los pies del monte Sípilo (en el meridiano 27º 20' al este de Greenwich), donde sus tropas dejaron a buen recaudo el botín capturado hasta entonces. Junto a esta Magnesia, el año 190 a.C. Escipión el Asiático (con el asesoramiento de su hermano Escipión el Africano) había derrotado a Antíoco III el Grande, imponiéndole la retirada allende el monte Tauro.


La batalla de Tira

Les llegó en ese momento a los expedicionarios una angustiosa petición de socorro de la ciudad de Latira, Tiria o Tyrra (actual Tire), al este de Éfeso, y a orillas del río Meandro. Allí acudieron, caminando treinta y siete millas en diecisiete horas, y entraron en la ciudad sin ser vistos por el enemigo.

Al acercarse los turcos con ánimo insolente, una salida de los almogávares se tradujo en grande y sangrienta victoria, con degollina de buena parte de los atacantes. Murió, empero, en el combate, el senescal del ejército, Corbalán de Alet. Fue sepultado en un sepulcro de mármol en una ermita próxima, en la que se decía estaba enterrado San Jorge.

Finalmente, Roger de Flor estableció su base en Éfeso (2), llamado entonces Altobosco, frente a su propia flota surta en la isla de Chios.


La segunda campaña de 1304

El segundo objetivo militar señalado por el Emperador a los almogávares en este año de 1304 fue aún más audaz, por su lejanía. Ahuyentado el enemigo de las costas del Egeo, se trataba ahora de penetrar mucho más hacia Oriente.

La flota que, como acabamos de comentar, estaba surta en la isla de Chios, al mando del almirante Fernando de Ahones, recibió orden del megaduque de hacerse a la vela rumbo a Ania. Embarcó en el último momento, por orden directa del Emperador, el recién llegado refuerzo de Berenguer de Rocafort, con doscientos de a caballo y mil almogávares más.


La ciudad fortificada de Ania y sus nombres sucesivos

Jerónimo Zurita, en su obra magna Anales de la Corona de Aragón, [3], cita la ciudad de Dania, grafía derivada probablemente de ciudad d'Ania, y la sitúa equivocadamente en la región del Egeo. También don Francisco de Moncada incurre en el mismo error en [9]. Esta Ania no es otra que la actual Alanya, en la costa oriental de Panfilia, ya en los confines con la Cilicia (enseñoreada ésta entonces por el reino cristiano de la Pequeña Armenia). Se ubica en el punto en que el meridiano 32º E de Greenwich intersecta a la costa sur de Anatolia.

Ania ocupa un peñón con cierta analogía a Peñíscola, pero mucho mayor. Hoy en día podemos ver, no ya un mero castillo, sino más bien un imponente complejo defensivo formado por una muralla de 6,5 km de perímetro, dotado de 400 aljibes y flanqueado por 140 torres. La más imponente de todas es la Torre Bermeja, enorme prisma octogonal de 33 m de altura que, junto a la orilla, hace de llave del extremo oriental del complejo, y que recuerda a la sevillana Torre del Oro.

Corría el año 190 a. C. cuando el rey Antíoco III Megas (el Grande) encargó a Aníbal - por entonces refugiado a su abrigo - la misión de armar en Tiro una flota y traerla al Egeo para reforzar la de su almirante Polixénidas. Aníbal navegaba con la nueva escuadra hacia el oeste cuando, a la altura de Side, le salió al encuentro una flota de Rodas, enemiga del rey Antíoco, formada por 36 naves. La flota de Aníbal era más numerosa, y el veterano cartaginés -tendría entonces casi sesenta años- mandaba el ala de babor, es decir del lado del mar abierto. El ala de estribor estaba a cargo de Apolonio, dignatario seleúcida. Eudamo, el almirante rodio, mucho más experto en la mar, consiguió dar la vuelta a la ventaja inicial de Aníbal, que al final de la jornada y tras sufrir serias pérdidas, tuvo que virar en redondo y refugiarse en Ania, entonces llamada Korakesion. (Tito Livio, XXXVII, 23,2)

Se sabe que construyó en Korakesion una fortaleza el usurpador Trifón, y que fue completada por Antioco VII Sidete.
De nuevo reaparece Korakesion - escrita en latín Coracesium- cuando el año 67 a. C. Pompeyo derrota en sus aguas a los piratas que infestaban entonces esa parte del Mediterráneo.
Mucho después, Bizancio reforzaría considerablemente las defensas en los siglos VI y VII, frente a los ataques árabes, recibiendo el paraje el nombre de Kalon Oros, la Bella Montaña.

A partir de la ominosa IV Cruzada, el peñón y la fortaleza serían señoreados por el reino cristiano de la Pequeña Armenia. Pero pronto el sultán selyúcida cAlā' ad-Dīn Keykubat conquistaría esos parajes en 1221 al armenio Kyr Vart. Keykubat casó con la hija del rey armenio y, recurriendo al eminente alarife de Alepo Abu cAlī al-Kattāni, construiría entre 1226 y 1232 la mayor parte del impresionante recinto fortificado que hoy admiramos, incluida la Torre Bermeja (en turco, Kizil Kule), llave a su vez de las magníficas atarazanas. Convertida en residencia de verano y en importante centro importador y exportador, los selyúcidas la denominaron cAlāyā, pero los mercaderes italianos la llamaban Candelore.

Cuando los dominios selyúcidas se dividieron hacia 1300, tocó Ania a la horda de Karaman.

Tenemos también algunas noticias acerca de cómo era Ania en el siglo XIV, pues el infatigable viajero tangerino Ibn Battūta la visitó y describió sucintamente algunos años después, cuando, ya islamizada, él escribía su nombre cAlāyā, señalando: «donde comienza Anatolia». (Él accedía desde Latakia, en la costa siria). Escribe Ibn Battūta: « ... esta ciudad costera de cAlāyā es grande y está habitada por turcomanos ... en lo alto de la ciudad hay un magnífico castillo inexpugnable, construido por el excelso sultán cAlā' ad-Dīn ar-Rūmī ... el rey de cAlāyā, Yūsuf Beg ben Qaramān, vive a diez millas de la ciudad ...».

La moderna Turquía ha hecho de este enclave y sus magníficas playas un próspero centro turístico y de veraneo, tanto para nacionales turcos como para turistas extranjeros. Por otra parte, las autoridades turcas, además de conservar impecablemente todo el recinto histórico, siguen haciendo investigaciones arqueológicas (2005), habiendo descubierto una pequeña iglesia bizantina. La antigua diócesis de Dania, in partibus infidelium, se identificaría, pues, con Ania.

La actual grafía Alanya se atribuye al mismísimo Atatürk, fundador de la moderna República Turca, quien decidió que la lengua turca, abandonando el alifato, pasara a escribirse con el abecedario latino.


Continúa la aventura almogávar

En cualquier caso, parece que tan formidable fortaleza estaba en manos de Andrónico II ese año de 1304, pues los textos no dicen que el almirante Fernando de Ahones la tomase, sino que introdujo en su puerto la flota almogávar, al abrigo de las fortificaciones.

Mientras el ejército, al mando de Roger de Flor, acopiaba pertrechos en Éfeso, el propio Roger envió a Ramón Muntaner a Ania para recabar la presencia de Rocafort, al que no había visto aún personalmente. Ante lo peligroso del trayecto, para la marcha a Éfeso, Rocafort se hizo acompañar de toda su gente, excepto 500 almogávares que quedaron en Ania con la flota. Este movimiento contradecía las órdenes expresas del emperador, que había enviado a Rocafort directamente a Ania. Probablemente, pretendía establecer lazos de camaradería entre los veteranos y los nuevos reclutas, potenciando la trabazón de todos.

Sea de esto lo que fuere, el megaduque dio en Éfeso a Rocafort el mismo rango de senescal del ejército que había tenido el fallecido Corbalán de Alet, y con su flamante senescal y todo el ejército, comenzó el avance hacia Ania, situada a más de 400 km al este de Éfeso.


Primer enfrentamiento en la huerta de Ania

Apenas llegados a Ania los expedicionarios, Sarcano, caudillo karamano, osó correr la huerta, lo que excitó a los almogávares a salir contra el enemigo, sin siquiera esperar órdenes de los capitanes. Los turcomanos fueron enérgicamente rechazados, dejando mil caballos y dos mil infantes muertos en el campo de batalla.


Segunda y descomunal batalla

Tras más de quince días de pausa en Ania, Roger y los otros capitanes, al frente de todo el ejército, avanzaron en buen orden, sus señeras enhiestas, desde Ania y por la costa, hacia el Este, en dirección al reino de la Pequeña Armenia (que, como ya hemos comentado, ocupaba por entonces la Cilicia). Llegaron a la Puerta del Hierro, el punto en que desde la costa se interna en la cordillera del Tauro el camino hacia las bases de Karaman. Allí está la moderna Demirtaș (en turco, demir = hierro; taș = roca, peña, peñón). Reconociendo el terreno, dieron con el ejército turcomano, oculto entre los valles.
Era el día de la Virgen de Agosto del año del Señor de 1304.
En este enfrentamiento decisivo los karamanos alinearon diez mil caballos y veinte mil infantes. Los del megaduque no sumaban nueve mil entre jinetes y almogávares. Éstos, golpeando la roca hasta sacar chispas con el cuento de hierro de sus armas, profirieron su terrible grito de guerra «¡Desperta, ferro!» y se lanzaron contra el enemigo. La batalla fue de una violencia y ferocidad nunca antes vistas. Cuando los valerosos turcomanos parecían a punto de vencer, los nuestros gritaron «¡Aragón, Aragón!», según escribe el catalán Ramón Muntaner en [2], y con nuevo empuje pusieron en fuga al enemigo. Yéndole al alcance, solamente la llegada de la noche puso fin a la sarracina.

A la mañana siguiente, un silencio de muerte planeaba sobre aquellas ásperas montañas. Yacían esparcidos por aquellos parajes montones informes de cadáveres de hombres y caballos, que Montaner cifra en doce mil de los primeros y seis mil de los segundos.
Avanzaron por el congosto de la Puerta del Hierro, y allí esperaron tres días al enemigo, sin que ningún bicho viviente osase hacer acto de presencia.

Regreso a Ania

No consideró prudente Roger internarse en aquella tierra incógnita, y determinó regresar a Ania, habiendo ya derrotado al enemigo, en lo que iba de aquel año de 1304, nada menos que en cuatro batallas campales.

El Emperador ordena al ejército que regrese a Europa

En el camino de regreso a Ania les llegó orden perentoria del Emperador de dejar todo y acudir a Europa a reprimir una sublevación.

La orden causó conmoción y consternación, pues el enemigo estaba duramente quebrantado, pero no aniquilado, y una retirada en la presente situación podría malograr - como así acabó sucediendo - la explotación del éxito. El megaduque, siempre prudente, persuadió una vez más a los suyos a obedecer, emprendiendo la marcha hacia el Egeo a jornadas cortas, para no dar sensación de retirada, y costeando, en paralelo con la flota. Así se fueron acercando a Éfeso, en la confianza de regresar la primavera siguiente, ya en 1305, para consolidar los éxitos obtenidos.

Pero el destino ordenaría los acontecimientos de muy otra manera.

Supieron entonces que Ataliote, el capitán de Magnesia, puesto en armas, había degollado a la guarnición almogávar, adueñándose del botín que los expedicionarios guardaban allí. El megaduque puso sitio a Magnesia, para recuperar el fruto de tantas victorias. Pero los almogávares carecían de medios poliorcéticos, y el sitio se prolongó. Entonces, el Emperador redobló la insistencia de sus llamadas, urgiéndoles a que cruzasen de inmediato a Europa, y acampasen en Gallípoli, en el Quersoneso de Tracia.

Así lo hicieron. Su mera presencia en Europa permitió al Emperador negociar con éxito el fin de la revuelta. Arreciaron, sin embargo, las sospechas de que la sedicente sublevación había sido solamente un pretexto con turbios fines. Dios sabe mejor todo esto. Resuelto su problema, el Emperador indicó a los nuestros que invernaran en Gallípoli.

Con estas señaladísimas hazañas de los almogávares había quedado la Anatolia griega, en solas dos fulminantes campañas, libre de turcos karamanos, no ya derrotados, sino durísimamente quebrantados.
Quedaba todavía, sin embargo, en pie, el sultanato de Rum.


Entra en escena don Berenguer de Entenza. El megaduque, creado César del Imperio

Entonces llegó a Gallípoli un personaje poderoso en el reino de Aragón: don Berenguer de Entenza, con otros 300 de a caballo y mil almogávares más. Recelaba don Berenguer acudir a Constantinopla, hasta que la insistencia del Emperador le persuadió a ello. En plena audiencia ante la augusta persona del Basileus, Roger de Flor, reconociendo la noble prosapia de don Berenguer, se puso a sus órdenes, destocando su cabeza del capelo de megaduque, y colocándolo sobre la testa del de Entenza.

75

Entenza

Solemnemente, empero, el Emperador, confirmando en la dignidad de megaduque a don Berenguer, hizo in continenti César del Imperio a Roger de Flor.

Infeudación del «reino de Anatolia»

Andrónico II decidió pagar las soldadas con una moneda de nuevo cuño que llamó basilio, pero que era de muy baja ley. Los almogávares, perdido en Magnesia su botín, se vieron obligados a abonar sus alojamientos y demás gastos en esa moneda devaluada, que la población despreciaba. Surgieron roces con los griegos, mientras los nuestros se sintieron estafados por esta maniobra bizantina.

Y si las victorias excesivamente contundentes de los almogávares empezaban a preocupar a los bizantinos, más les preocupaba todavía que esas fuerzas de choque pudieran ser solamente la vanguardia de un desembarco aragonés en toda regla, que implantara un nuevo Imperio Latino.

Pasó todo el invierno entre reproches y negociaciones. El Tesoro imperial estaba exhausto. Sólo quedaba el recurso de nuevas exacciones. El Emperador prefirió que fuera el propio César quien se encargara de la ingrata tarea, concediéndole el «reino de Anatolia» en feudo. De este modo, asumiría por sí la responsabilidad del pago de las tropas, liberando al Tesoro imperial de tan insoportable carga.

Inquietudes y sospechas

Lo malo era que el poder acumulado en el César Roger era ya comparable al del propio Emperador.

Lo malo era que sus fulminantes victorias habían puesto en evidencia la inoperancia, no sólo de los mercenarios «alanos» y de los aliados genoveses, sino incluso de las propias fuerzas bizantinas y, lo que era peor, de su comandante, el co-emperador Miguel. Éste temía que el César, como señor feudal del reino de Anatolia, con ejército y armada autónomos, acabara escapando al control imperial, pues el reino de Anatolia abarcaba un territorio más extenso que el resto de Bizancio. Probablemente, sus temores serían compartidos por muchos griegos, altos y bajos. Además, el Imperio carecía de tropas con las que poder oponerse a los hasta ahora invictos almogávares, si llegara el caso.

Todas estas evidencias, todas estas envidias y sospechas, encontraban acogida en la persona de Miguel IX, hijo, heredero y co-emperador de Andrónico II.

La perfidia bizantina

Entró el año 1305 y, llegada la primavera, el ejército estaba listo para volver a Asia, es decir, a su «reino de Anatolia». Este reino, como decimos, fue concedido oficialmente en feudo al César Roger de Flor, con poder de imponer tributos e impartir justicia: con mero y mixto imperio. El César consideró indispensable rendir, antes de entrar en campaña, visita de pleitesía al co-emperador Miguel IX, que tenía su corte en Andrinópolis. Pretendía así disipar temores y suspicacias propagadas por ocultos adversarios de los nuestros, adversarios que resultaron ser mucho más peligrosos que los mismísimos enemigos turcos.

Algunos consejeros imperiales recelaban que eventualmente los almogávares acabarían conquistando el reino de Anatolia para sí, y no para el Imperio.

Miguel IX tomó precauciones y se rodeó de sus fieles «alanos» mientras excogitaba medios para librarse de la para él evidente amenaza almogávar ¿Cómo ahuyentar el peligro? No cabe duda de que Andrónico II y su entourage eran gente de altísimo nivel cultural. Y como la versión siciliana de las sangrientas Vísperas de Éfeso (3) había logrado un gran éxito, tal vez pensaran que otro precedente clásico, reseñado en la Anábasis [7] y también teñido de sangre, surtiría efecto. La táctica elegida se evidenció el 4 de abril de 1305, cuando Roger de Flor y los demás capitanes fueron asesinados por los «alanos» en el mismísimo palacio de Miguel IX, tras un festín al que éste les había invitado. Los consejeros imperiales creerían tal vez que, aplicando a Roger y a los demás capitanes almogávares el mismo género de traición que Tisafernes, el maquiavélico sátrapa de Artajerjes, había perpetrado contra Clearco y los demás generales de los Diez Mil, conseguirían mejores resultados que el sátrapa, al que Jenofonte define como «el más perverso de los hombres».

Se equivocaron trágicamente.

Ruptura del juramento de fidelidad

Dos enviados del megaduque don Berenguer de Entenza pasaron de Gallípoli a Constantinopla a ver al Emperador e inquirir de sus labios la verdad de los hechos. El Basileus los recibió en audiencia, dando por toda explicación que él no había ordenado la matanza. Sabida esta respuesta, totalmente insatisfactoria, dos nuevos mensajeros fueron enviados de Gallípoli a Constantinopla para anunciar oficial y solemnemente a Andrónico II que el ejército almogávar, vista la enormidad del traicionero crimen cometido, consideraba roto, de acuerdo con las costumbres feudales, su juramento de fidelidad al emperador.

Crimen horrendo e intentos de exterminio

Pero cuando los mensajeros, a su regreso, pasaron por Redristo, fueron allí muertos, despedazados, y sus pedazos colgados de los ganchos de las carnicerías.

A continuación, don Berenguer de Entenza fue apresado, también traidoramente, por una nave genovesa.

Corrió a poco la noticia de que el co-emperador Miguel IX avanzaba contra los almogávares con diecisiete mil de a caballo y cien mil de a pie. Los aragoneses, en una nueva "anábasis", no lo esperaron en Gallípoli, sino que "subieron" para salirle al encuentro, entablándose una feroz y desigual batalla, que duró hasta la noche. Sólo entonces los bizantinos quedaron desbaratados, habiendo sido herido Miguel IX en el rostro por un marinero llamado Bernardo Ferrer. Sucedió esto cerca del castillo de Apro.

La Venganza "Catalana"

Ya en guerra abierta contra el Imperio, los almogávares entraron en Redristo de madrugada, «y a todas las personas que encontraron - dice Ramón Muntaner en [2] - hombres, mujeres y niños, les hicieron lo que ellos les habían hecho a los mensajeros, que por nadie del mundo quisieron dejar de hacerlo. Y es cierto que fue una gran crueldad, pero esa venganza tomaron».

Sabedores entonces de que los nueve mil mercenarios «alanos» ejecutores del traicionero crimen del 4 de abril regresaban, cargados de oro, a sus hogares, y habían traspasado ya las fronteras septentrionales del Imperio, les fueron al alcance. En palabras de Arturo Pérez Reverte en [11], «hicieron picadillo a ocho mil setecientos, y se apoderaron de su oro y de sus mujeres». Después, regresaron. No quedaba enemigo enfrente.


Desastrosas consecuencias para el Imperio

Escribe en [2] Ramón Muntaner, testigo ocular que formó parte del cuerpo expedicionario:

«Los turcos a quienes nosotros habíamos echado de Anatolia, supieron la muerte del César y la prisión de Don Berenguer de Entenza, ... volvieron por Anatolia y sometieron todas las ciudades y villas y castillos de los bizantinos, más estrechamente de lo que antes ... lo estaban .... Todo el reino de Anatolia se perdió, ocupándolo los turcos ... y toda la Romania fue devastada por nosotros, pues no hubo villa ni ciudad que no fuese saqueada y quemada por nosotros». (Romania designaba entonces a los territorios europeos del Imperio).


Los turcos, aliados de los almogávares

Enviaron los turcos a Gallípoli ofertas de alianza, y mil doscientos de ellos, con su caudillo Xemelic pasaron a Europa bajo vasallaje de los almogávares. Durante dos años, los almogávares y sus aliados turcos devastaron sin piedad los campos de Tracia, haciendo pasar a la Historia la terrible Venganza «Catalana». Los almogávares encontraron en los turcos musulmanes que se unieron a ellos una lealtad a toda prueba, que contrasta trágicamente con la traición criminal con que les habían pagado los cristianos bizantinos, a quienes acababan de librar de sus enemigos, con derramamiento de sangre y gloria triunfal.

Ello permitió a los turcos conocer de cerca las armas y tácticas de los almogávares, así como reconocer el territorio europeo que acabarían sometiendo siglo y medio después, y hasta hoy.


Pasan a Ática y Beocia

Tras complicadas aventuras, los almogávares se trasladaron a Grecia, y en el Ática y la Beocia acabaron venciendo a Juan de la Brena, duque latino de Atenas, a quien decapitaron tras exterminar a su ejército. Se enseñorearon así del ducado de Atenas (el Ática) y, posteriormente, del ducado de Neopatria (Tebas y toda la Beocia). Años después, en 1380, ya en tiempos de Pedro IV el Ceremonioso, rey de Aragón, éste aceptaría incluir ambos ducados entre sus señoríos.

Ducado de Atenas      Escudo de Neopatria

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TERCERA INTERVENCIÓN ARAGONESA: LA BATALLA NAVAL DE CONSTANTINOPLA (1352)

Andrónico II asoció al Imperio, junto a su hijo Miguel IX, al hijo de éste, Andrónico III, joven de gran belleza física y notables dotes políticas. Tras la muerte prematura de Miguel IX (Tesalónica, 1320), quedó Andrónico III como sucesor del Imperio. Hubo períodos de gran tensión e incluso, en tres ocasiones, de guerra abierta entre abuelo y nieto. Al iniciar su reinado, que duraría de 1328 a 1341, Andrónico III designó como gran doméstico (μεγας δομεστικος) a Juan Cantacuzeno, joven magnate con grandes dotes de estadista, que fue siempre su brazo derecho. Sus cualidades le hicieron estar en todo momento por encima de todos, incluso del propio Emperador.

En 1341, al morir Andrónico III, su hijo y sucesor Juan V contaba 9 años de edad. El Cantacuzeno asumió la regencia. Así hablaba en un consejo de guerra:

«Si sucede, con la ayuda de Dios, que los latinos del Peloponeso se someten al Imperio, los catalanes del Ática y la Beocia no tendrán más remedio que unirse a nosotros, por su gusto o contra su voluntad. Entonces, el poder de los Romanos se extenderá, como en otros tiempos, desde el Peloponeso hasta Bizancio, y será por lo tanto, factible, que los serbios y otros pueblos bárbaros vecinos concedan reparaciones por todos los ultrajes que nos han infligido desde hace tanto tiempo.»

La realidad nada tuvo que ver con estos sueños de grandeza: estalló una nueva guerra civil en Bizancio entre el regente Juan IV Cantacuzeno y los sedicentes defensores del niño Juan V, hijo y heredero legítimo de Andrónico III. Para colmo de males, en 1348 llegó a Constantinopla el azote mortífero de la Peste Negra, que asoló la capital y que acabaría infectando a Europa entera. La peste y la guerra civil agotaron las últimas energías de Bizancio.

Durante la guerra civil los serbios arrebataron a Bizancio más de la mitad del territorio que aún le quedaba. El Imperio quedó reducido a Tracia, las islas del norte del Egeo, Tesalónica, aislada entre las conquistas serbias, y a las posesiones en el lejano Peloponeso.

El país, que a los horrores de la guerra civil, la peste y la invasión serbia, había añadido los terribles saqueos de las bandas turcas, parecía un desierto. La Emperatriz Ana pignoró a Venecia las joyas de la corona imperial contra un empréstito de 30.000 ducados de oro.

El Emperador Juan IV Cantacuzeno decidió recortar los privilegios comerciales a los genoveses, cuya prosperidad contrastaba con lo escuálido de las finanzas imperiales. El Cantacuzeno rebajó además los aranceles imperiales, con el objeto de atraer el comercio al puerto de Constantinopla. Génova, gravemente perjudicada, envió sus naves contra Bizancio, aniquilando la flota imperial en 1349. En 1350, los genoveses, que habían impuesto su monopolio comercial sobre todo el Mar Negro, confiscaron en Caffa (Crimea) las mercancías de varios barcos venecianos que pretendían ignorar el bloqueo. Esta accción equivalía a una declaración de guerra. [8]

Entra en escena Pedro IV de Aragón (1335-1387)

El rey de Aragón Pedro IV el Ceremonioso acababa de apoderarse del reino de Mallorca y de los condados del Rosellón y de Cerdaña. Tras la bancarrota de Florencia en 1345, acuñaba desde 1346 florines de oro en su ceca de Perpiñán, y estaba convirtiendo a Aragón en gran potencia naval y económica.

Triple Alianza entre Aragón, Venecia, y el Imperio

Andrea Dandolo, por entonces Dux de Venecia (1343-1354), envió embajadores a Perpiñán proponiendo a Pedro IV una expedición naval combinada a Constantinopla, lo que el Ceremonioso aceptó. El Reino de Aragón y la Serenísima República de Venecia (duo prepotenti popoli, como dicen los historiadores de la época) aprestaron sus armadas para combatir a Génova, y en apoyo del emperador Cantacuzeno.


Catálogo de las naves

El rey de Aragón recibió de Venecia cierta cantidad de dinero por cada galera armada y, designando almirante a Ponce de Santa Pau, hizo armar y aparejar en breve tiempo 24 galeras en Colibre (Rosellón), en las marinas de Gerona y Tarragona, y en Barcelona, Valencia y Mallorca.

Las naves del reino de Valencia y las de Colibre estuvieron al mando del vicealmirante Bernardo Ripol, que navegó directamente a Constantinopla.

Las naves del reino de Mallorca, al mando del vicealmirante Rodrigo de San Martín.
Las naves de Barcelona y de las marinas de Gerona y Tarragona, al mando del vicealmirante Bonanat Dezcoll.

Singladura hasta el teatro de operaciones

El almirante Santa Pau [6]se hizo a la vela con las 21 galeras de Mallorca y de Cataluña en el mes de Julio de 1351. Tomó rumbo a Mahón (Menorca), y de allí pasó a Cáller (actual Cagliari, en Cerdeña), donde estuvo tres días. Pasó después a Sicilia, en cuyas aguas encontró a la escuadra veneciana, que constaba de 20 galeras, a las órdenes de micer Pancracio Giustiniani.

Las dos escuadras aliadas partieron de Mesina, mezclaron sus naves y, conjuntamente, pusieron rumbo al cabo de Leuca, después llamado cabo de Santa Maura, en la costa del Épiro. En la travesía entre este cabo y la Romania fueron separadas por una tempestad, concentrándose después en el entonces veneciano puerto de Corón (moderno Koroni, en Mesenia, Grecia), donde constataron la pérdida de una galera catalana.

Las naves genovesas al mando de Perin de Grimaldo que sitiaban la posesión veneciana de Negroponte (actual Calcis), al tener noticias de que se acercaba una poderosa flota combinada de Aragón y Venecia, zarparon lo más deprisa que pudieron, rumbo a su base de Pera.

Los barcos aliados llegaron a Negroponte, donde permanecieron dos días y, desde allí, alcanzaron y atravesaron los Dardanelos hacia Constantinopla. Ya dentro del mar de Mármara, toparon con Nicolás Pisano, capitán general del Común de Venecia, con 14 galeras, y les alcanzó también el arriba citado vicealmirante de Valencia, con 4 galeras.

Y con recio temporal, fueron todos a guarecerse a una isla despoblada que dista diez millas de Constantinopla.

La batalla naval de Constantinopla (1352): una victoria pírrica

Cuando abonanzó, las 59 galeras de la flota combinada navegaron a estandartes alzados rumbo a Constantinopla, de donde salieron a unirse con ellas 9 galeras que había hecho armar el emperador Cantacuzeno.

La imponente flota genovesa que, desde Pera, al otro lado del Cuerno de Oro, lo veía todo, salió también a estandartes alzados: compuesta de 65 galeras y capitaneada por Perín de Grimaldo, buscaba impedir la fusión de la menguada armada imperial con la de sus aliados occidentales. Pero en este instante, «se movió tan bravo y furioso temporal -escribe Zurita en [5]- que los genoveses dieron súbitamente la vuelta y siguieron la vía de Pera, y delante de aquel lugar surgieron, repartiéndose en grupos de 4, y 5, y 7 ó más; y así se esparcieron todas delante de Pera por espacio de una milla, por miedo de la tormenta».

Y los aliados comenzaron a atacar a hora de completa. Así se trabó la gran batalla naval entre ambas armadas, frente al Bósforo, en aguas de Constantinopla.

Era el 13 de febrero de 1352.

La recia tempestad hizo cundir una gran confusión entre las naves, pero así y todo prosiguió el combate hasta la noche («fins hora dels primers polls», escribe Pedro IV en su Crónica [6]), peleando todos con tal brío y denuedo que quedaron destrozados y desmantelados muchos barcos. «Y finalmente los genoveses fueron del todo desbaratados y vencidos -escribe Zurita, y añade: - Allende de las galeras de los genoveses que dieron en tierra por la tormenta, les ganaron veintitrés galeras». Pero la Serenísima perdió 14 galeras, y Aragón otras 14, aunque parte de las tripulaciones se pusieron a salvo en Constantinopla. Además, la escuadra aliada perdió a sus dos almirantes: micer Giustiniani murió dentro de breves días; Santa Pau, herido en combate, falleció también en Constantinopla por el mes de marzo. Cayó asimismo en combate Ripol, el vicealmirante de Valencia, y más de 3.000 hombres entre súbditos del rey de Aragón y de la Serenísima.

De las galeras que zarparon de Aragón, solamente regresaron diez, ya que la undécima, que repatriaba el cuerpo de Santa Pau, fue echada a pique por una flotilla de diez naves genovesas, enviadas a Romania para reponer pérdidas.

Epílogo

Aragón se retiró del Mediterráneo Oriental, concentrando su poder en Cerdeña, que sería conquistada tras derrotar a los genoveses. Por su parte, el emperador Cantacuzeno quedó solo y aún más indefenso que antes, por lo que tuvo que capitular ante Génova y renovar las concesiones comerciales que desangraban al Imperio.

Los turcos se instalan permanentemente en Europa

El mismo año (1352) de la gran batalla naval de Constantinopla entre cristianos, los turcos decidieron poner fin a la época de las aceifas sin objetivo definido, instalándose en la fortaleza de Tzympe, en la orilla europea, cerca de Gallípoli.

La reacción bizantina fue suicida: estalló una guerra civil larga y dura, que ganó el Cantacuzeno: en 1354, en la iglesia de Blacherna, su hijo Mateo recibió de manos del emperador y del nuevo patriarca ad hoc la corona de co-emperador y el rango de heredero de su padre.

Poco duró el triunfo del Cantacuzeno. Los turcos se apoderaron ese mismo año de la propia Gallípoli (1354), reforzando su cabeza de puente en Europa hasta hacerla inexpugnable. La alarma en Constantinopla fue grande, y enorme el descrédito del emperador.

Habiendo Juan V alcanzado la mayoría de edad (1354), el Cantacuzeno tuvo que abdicar, retirándose a un convento. Aún viviría allí 30 años, escribiendo su célebre Historia.

FIN


NOTAS DEL ORIGINAL ESPAÑOL

(1) La palabra «almogávar» deriva del árabe المغاور (al-mugāwir), el expedicionario. Los almogávares fueron curtidísimas tropas de infantería, activas en las fronteras meridionales del Reino de Aragón con territorio sarraceno. Se reclutaron también en Sicilia y en Calabria, y podríamos decir que su espíritu fiero revivía el talante de los antiguos celtíberos.

(2) Éfeso, ciudad de habla griega, fue durante siglos la principal del cuadrante suroccidental de Asia Menor. El antiguo culto a la diosa Cibeles fue sustituido tras la invasión jónica por el culto a Artemisa, cuyo fastuoso templo, el famoso Artemision, fue una de las Siete Maravillas del mundo helenístico. Éfeso sufrió durísimos quebrantos por diversos terremotos a lo largo de los siglos; además, los aluviones del río Meandro fueron cegando el puerto que le daba vida, creando, para colmo, una zona pantanosa y palúdica junto a la ciudad. Ésta acabó siendo abandonada hacia el s. VIII. Altobosco alude probablemente a un monte que domina la moderna población de Selyuk, y en el que se conservan las ruinas de una gran iglesia construida sobre la supuesta tumba de San Juan Evangelista, que se dice escribió en Éfeso parte de su Evangelio. En otro bosque de las cercanías, con vistas al mar, los arqueólogos han redescubierto y reconstruido recientemente la casa de la Virgen María, visitada por los papas Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. No está lejos, obviamente en el mar, la isla de Patmos, también vinculada a San Juan.

(3) En las llamadas Vísperas de Éfeso, el año 88 a.C., unos 80.000 romanos fueron asesinados en esa ciudad y otras de Asia Menor, a instigación de Mitrídates VI Eupátor, rey del Ponto. Dio así comienzo la primera de las cuatro guerras entre la República Romana y Mitrídates.

(4) Roger de Flor desfila a caballo, y saluda al emperador y a su corte al pasar ante ellos. Al fondo de la escena se vislumbra la imponente masa de Santa Sofía. El emperador Andrónico II, con luenga barba blanca y una corona de oro sobre su sien, permanece sentado en un trono de oro, pero corresponde al saludo con una inclinación de cabeza. Viste traje talar rojo con brocados de oro, y sobre él un alto dignatario sostiene la sombrilla cónica que representa la dignidad imperial. A la derecha del basileos está sentado en otro trono, situado un peldaño por debajo, su hijo y heredero Miguel IX, con traje talar azul con brocados de oro, también coronado, como co-emperador que era, y no responde al saludo. En primer plano destacan tres almogávares, desfilando a pie, con su peculiar atuendo.


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BIBLIOGRAFÍA

[1] Para las Vísperas Sicilianas -que no son denominadas así en el texto- ver Anales de la Corona de Aragón, Libro IV, en especial § XIII De la confederación y liga que Joan de Proxita concordó entre el papa Nicolao III y el emperador Miguel Paleólogo y el rey de Aragón contra Carlos, rey de Sicilia. Y de la armada que mandó el rey juntar para pasar a Constantina, y § XVII De la rebelión de los sicilianos contra el rey Carlos, y cómo fueron echados los franceses de la isla, y § siguientes. Autor: Jerónimo Zurita, Cronista del Reino de Aragón; edición preparada por Ángel Canellas López, Institución Fernando el Católico; Zaragoza, 1970.

[2] Crónica, por Ramón Muntaner; traducción española de J. F. Vidal Jové; edita Alianza Editorial; Madrid, 1970.

[3] Anales de la Corona de Aragón, Libro IV; § XLIII De la batalla que el almirante Roger de Lauria venció a los franceses en Malta; Autor: Jerónimo Zurita, Cronista del Reino de Aragón; edición preparada por Ángel Canellas López, Institución Fernando el Católico; Zaragoza, 1970.

[4] Arnaldo de Villanova (políptico), Institución Fernando el Católico, publicación nº 2.160; autor: Ricardo Centellas; Zaragoza, 2001.

[5] Anales de la Corona de Aragón, Libro VIII; § XLVI De la armada que el rey envió con Ponce de Santa Pau en ayuda de Venecia; y de la batalla que tuvieron con la armada genovesa delante de Constantinopla; Autor: Jerónimo Zurita, Cronista del Reino de Aragón; edición preparada por Ángel Canellas López, Institución Fernando el Católico; Zaragoza, 1973.

[6] Crónica de Pedro IV, escrita bajo los auspicios del propio rey Pedro IV de Aragón; edita Amédée Pagés; Tolosa-París, 1942.

[7] La expedición de los Diez Mil (Anábasis), por Jenofonte; traducción española editada por Espasa-Calpe, Colección Austral, sexta edición; Madrid, 1958.

[8] Historia del Estado Bizantino, por G. Ostrogorsky; Editora: Akal/Universitaria; Madrid, 1983; traducción española del original alemán Die Geschichte des bizantinischen Staates; Munich, 1963.

[9] Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos; por don Francisco de Moncada; edita Espasa-Calpe Argentina, Colección Austral, segunda edición; Buenos Aires, 1948.
 
[10] A través del Islam, por Ibn Battūta; título original árabe

تحفت النزّر في غرئب المصار و عغائب السفار        

(Tuhfat al-nuzzur fi gara'ib al-masār wa cagā'ib al-safār; Regalo de curiosos sobre exóticas cosas y maravillosos viajes); introducción, traducción y notas de Serafín Fanjul y Federico Arbós, en 794 páginas; Editora Nacional; Madrid, 1981.

[11] Una de almogávares, por Arturo Pérez Reverte; artículo publicado en el Suplemento dominical "El Semanal" del 29 de mayo de 2005.

   
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